la potencia no es sinónimo de calidad de sonido. Muchos amplificadores con una potencia de 40W o 50W por canal suenan mucho mejor que otros que duplican esas cifras. Por otra parte, debemos escoger el aparato en función no de su potencia, sino de la que necesitemos. Ello dependerá tanto de la sensibilidad de nuestros altavoces como de las dimensiones de la sala o los volúmenes a los que nos gusta escuchar la música.
En la mayoría de los casos, 40W o 50W son más que suficientes para un equipo normal en una sala de dimensiones razonables, a no ser que queramos enemistarnos con nuestros vecinos. La potencia sobrante nunca viene mal, pero a menudo es una potencia por la que hemos pagado y que nunca se utiliza.
En realidad, a volúmenes aceptables de escucha, un amplificador trabaja con energía de sobras, y solo en momentos muy puntuales necesitará una dosis extra de potencia para controlar bien el sonido y no distorsionar. Por ello, la potencia RMS por canal (tal como suele especificarse en las fichas técnicas) no es el dato más importante. Según hemos ido aprendido durante estos años, lo importante es el consumo total del amplificador, ya que en los momentos necesarios ahí estará su techo.
Un amplificador, por ejemplo, puede declarar una potencia de 80W+80W RMS, y tener un consumo máximo total de 200W. Eso significa que en momentos apurados controlará peor el sonido (especialmente los graves, que consumen la mayor parte de la energía), pues apenas tiene potencia sobrante. Además, de esos 200W una parte importante (quizá una cuarta o quinta parte) se pierde en otras funciones o en forma de calor. Por contra, otro amplificador que declare 50W+50W pero tenga un consumo máximo de 500W será, probablemente, más efectivo y sonará mejor cuando más necesitemos de esa energía extra puntual. Es frecuente ver pruebas de laboratorio en las que un amplificador teóricamente de 80W por canal rinde en realidad a 70W, mientras que otro que declaraba 45W rinde a 52W.